Me late la vena del cuello cada vez que escucho
tu tono del celular.
Simplemente, me dan ganas de levantarme,
agarrar un cuchillo
acercarlo un ratito al fuego.
Con paciencia, pero sin amor.
Luego clavarlo
en lo más hondo.
En lo más profundo.
En ese maldito chip, que tiene programada
una canción de divididos
para tus mensajes.
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